De vez en cuando veo desde fuera mis cuatro paredes, me estrello contra ellas un rato y reparo sin ilusión que en su conjunto son una especie de resbaladera de dolor, cortada limpiamente por orden de mi cabeza. Y un día estas paredes se precipitarán sobre mí, porque mi cuerpo no tiene descanso.
A mi extrarradio la sociedad no despierta gratis. Arrodillada, no deja de mirar hacia arriba, intimidada por cosas como que algunos insectos están desapareciendo. La inconsciencia no será mi favorita nunca más, jamás me dará alegría sino más dolor de cabeza.
Hay otros que están tan solo a unas pulgadas de distancia, mamando para amodorrarse mejor, desesperados por dormir y yo no puedo moverme, me pesa todo, menos la voz, ésa la puedo levantar sin problemas. Los demás parecen endebles en sus posturas, yo me he pegado una leche por torpe, hay que calentar antes de ponerse en pies blandos.
Llega mi hora y a la vez soy contrincante y revulsivo. Ellos se acercan mucho a mirarme cuando me ven levantada.
Algún día todos jugaremos el juego de nuestra vida, elevándonos y sobrevolando los ridículos moldes de los que se piensan peculiares, cuando realmente todos nos parecemos en este piélago vulgar.